"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

martes, 8 de noviembre de 2011

Bipartidismo III


                  Decíamos ayer que los problemas para las opciones minoritarias no vienen tanto del sistema electoral como de otros factores. ¿Cuáles son? Básicamente factores de orden psicológico. Vamos a ver cuáles son de ese orden y cuáles son problemas del sistema.

                  En primer lugar está el hecho de que la tercera fuerza electoral más votada obtenga menor número de representantes que la quinta o la sexta, localizada en un territorio muy concreto. Efectivamente, este es un fallo “sistémico”, derivado de la definición de  circunscripción electoral de la Constitución Española y del hecho de que cada circunscripción deba contar con un número mínimo de diputados.

                  En segundo lugar está el hecho de que un diputado en Soria sea mucho más “barato” en votos que uno de Madrid: es también un fallo “sistémico” que trae causa del mismo factor que en el punto anterior.

                En tercer lugar está la idea de que un sistema es más democrático cuánto más garantiza el derecho a poder hacerse oír de las minorías. El principio es políticamente cierto en abstracto pero ya no es tan cierto alguna de las concreciones que ciertas voces derivan del mismo.

             Así, hay que decir que existe un reduccionismo extendido entre la sociedad y de carácter transversal según el cuál la democracia es “ir a votar cada cuatro años”, o, en general, “ir a votar”. Esa percepción de la democracia, ya lo he dicho en otros posts, es muy limitada y conduce a creer que, el verdadero acto de una democracia es el día del “encuentro con las urnas”. Puedo entender que mentes muy simples como la de Francino, o muy malintencionadas, como las de los neoliberales, recurran a esos eufemismos, pero lo cierto es que votar es “una parte” de la democracia (incluso de una democracia real, no como la nuestra), “no el todo”. El “todo” de un sistema democrático (real) es la participación activa de la ciudadanía en todos los procesos de decisión de lo público. Dentro de unos días los políticos y medios españoles nos volverán a poner como ejemplo de comportamiento democrático mundial, el hecho de que gracias al INDRA y otras "yerbas venenosas" parecidas, tengamos los resultados una hora después de que se cierren los colegios electorales, como si eso nos hiciera “más democráticos”. Nos volveremos a reír de países de nuestro entorno dónde los resultados se saben días después de las elecciones: y lo haremos con nuestro tradicional aire de superioridad, que tantas collejas nos ha costado en Europa... Lo cierto es que, en esos otros países para privatizar el agua, para reformar la constitución, para mover un adoquín en una plaza pública hay que consultar a la ciudadanía, y una fracción de esa ciudadanía puede paralizar cualquier iniciativa que no le guste y llevar el caso a los Tribunales... mientras que aquí, en el “paraíso de la democracia de las urnas” todo eso nos es desconocido.

                    Luego el primer error es reducirlo todo “a las urnas”: en ese sentido, determinados partidos sólo se “visualizan” en los procesos electorales, de la misma forma que los espíritus sólo aparecen si son invocados por el “médium”: luego vuelven al sueño de los justos. Incluso alguno de esos partidos sólo se ven con más nitidez en esos momentos: así sabemos que UpyD, por ejemplo, tiene programa electoral más allá de la lucha contra ETA y ZP... Pero es “flor de un día”: una vez pasado el trago retorna a su forma original de caricatura. Curiosamente un ejemplo contrario es del “partido antitaurino” (P.A.C.M.A.), centrado en un campo muy concreto de actuación, la supresión de las corridas de toros (y en general del maltrato animal): es capaz de articular una acción continuada en el tiempo, gracias a las cuáles han conseguido erradicar la “fiesta nacional” de Catalunya, contar con una “bancada fiel” y asestar el golpe en el momento electoral (es el partido extraparlamentario que se presenta en más circunscripciones electorales y fue una de las principales fuerzas sin representación en las últimas elecciones europeas). Probablemente nunca lo votaré, pero su forma de actuar es digna de estudio y de elogio.

                   Igual que sólo existe democracia si una sociedad está dispuesta a implicarse día sí y día también en la vida pública y no sólo cuando “tocan a comer”, incluso con más energía cuándo no hay elecciones que cuando las hay, el segundo punto esencial es que una sociedad democrática necesita ser, previamente, una sociedad cooperativa, o colaborativa. Me explico: puesto que lo que se trata es de participar “en lo común”, en lo de todos,  poco sentido tiene ir cada uno por su lado. Cooperar implica ceder incluso en algo en lo que crees tener razón (me están saliendo unas definiciones muy cursis, que parecen propias del simple de Marina), que no es más que una variante de sacrificar de lo propio para el bien común. 

              Existen dos conductas opuestas a ésta, con trascendencia política: la primera, es obvio, es la “conducta competitiva”, justificada en una mala interpretación de Smith(*), según la cuál el bien común, sólo se alcanza mediante la búsqueda del egoísmo particular de los individuos que forman una sociedad. Para esta gente la democracia como forma de gobierno no debe aspirar más que a dejar trabajar esos egoísmos, con lo que el resultado (una “buena sociedad” está garantizado). No voy a entrar hoy a rebatir esta siniestra posición, porque ya lo hago habitualmente, ahora simplemente la enuncio. 

                Me interesa más la otra conducta posible, la “inhibicionista”: consiste en decir que yo ni colaboro, ni compito con los demás en la construcción de la sociedad: soy como un gas noble, ni me mezclo ni me alío con los demás. Y, al igual que estos elementos químicos, no resulto contaminado, no hago nada que vaya contra mis principios, sigo siendo un espíritu puro. Si una sociedad basada en los principios de competencia resulta ser una sociedad perversa, una sociedad basada en principios “inhibicionistas” es simplemente una sociedad inexistente: una suma de individuos que no se relacionan, que no se implican, que no ceden ni compiten, que no elaboran proyectos en común, que no tragan “sapos y culebras” para conseguir algo que les puede reportar alguna ventaja y que tampoco se alían contra un mal común, por ejemplo, no puede sobrevivir mucho tiempo.

              Bueno, pues, este tercer tipo de conducta resulta ser el más común entre la pléyade de formaciones minoritarias que se presenta a los comicios y (¡ay!) entre buena parte de sus votantes más fieles: nos presentamos solos, sin mezclarnos con nadie, porque somos los únicos que tenemos un espíritu puro, la razón ideológica y un brazo incorruptible: todos los demás son revisionistas, vendidos, vergonzantes, o, simplemente sinvergüenzas. Esta enfermedad está especialmente activa en el espectro político de izquierdas, que, de siempre ha tenido un paladar “exquisito” para distinguir las sutilezas de cada pensamiento moral o político; no así la derecha, de amplias tragaderas, dónde entra todo lo que se le echa (desde ex PSP hasta ex Fuerza Nueva, como el candidato de mi provincia). Hasta en gastronomía y, pese a lo que pudiera parecer, la izquierda está llena de “gourmets” y la derecha de “gourmands”. Por supuesto, los que mandan en las sociedades capitalistas, saltan de alegría con la extensión de esta patología: en una sociedad con 1 rico por cada 99 pobres, que los noventa y nueve pobres se unan los hace invencibles, que esos mismos pobres sigan su egoísmo particular los hace sobornables, que vayan a su bola sin mezclarse con nadie los hace simplemente inocuos.

              Y llego al punto clave: ¿es más democrática una sociedad con tropecientos partidos visualizables en las papeletas, separados con una sutileza ideológica hecha con bisturí laser? En mi opinión a la democracia real, esto le es indiferente. En esa línea, la citada en otro post, reforma de la Ley Electoral obrada en la LO 2/2.011 de 28 de enero, es, a la contaminación, como mear en el Río Ebro.

        Y ahora viene la provocación: ¿Es un sistema bipartidista menos democrático que uno tropecientopartidista? Pues, ¡depende! Si estuviera garantizada la democracia interna dentro de los dos partidos, el sistema, siempre en términos de “democracia parlamentaria” en que nos movemos, ¡ojo!, podría ser hasta más democrático que el otro: dos partidos, de base amplia, que recogieran todas las ideologías de su “arco” y que permitieran el juego democrático (acceso a los órganos de gobierno, crítica, censura, participación en las decisiones, en los programas...) en su seno de todas las corrientes, pueden llevar a la “democracia de partidos” al límite democrático de lo que da de sí el invento. Se matan dos pájaros de un tiro: se consigue una mejor representación “en urnas”, tanto en votos como en candidatos, y se logra una participación cotidiana en los asuntos políticos (¿os imagináis una asamblea en el PSOE con dialéctica entre trotskistas y socioliberales? Sería algo animadísimo: estarían llenas y habría “tortas” para acudir), al coste de asumir una conducta “colaborativa” en la que, me temo, el votante mediano impondría su voluntad. En esto la derecha lleva ventaja: ya conviven en su seno desde Guerrilleros de Cristo Rey hasta socioliberales.

           Lo dicho no es original mío. Ese fue el debate que llevó, precisamente, en 1.984, al Partido Comunista de Estados Unidos, a incorporarse a las filas del Partido Demócrata. En estos pagos, sin embargo, la tónica es la contraria: Corriente Roja abandonó, o se la invitó a abandonar, Izquierda Unida hace años, el PSM pasando por encima o con la connivencia de Tomás Gómez (según opiniones) masacra a “izquierda socialista” en las listas de diputados de estas elecciones; IZAN, EQUO e IU incapaces de "ajuntarse"... En fin, cada pajarito trinando por su lado... ¡Y así nos va!



(*) Justamente en sus Ensayos Morales (convenientemente ocultados por el pensamiento liberal) decía lo contrario: no hay que olvidar que Smith, como hijo de su tiempo, atribuía más importancia a lo moral que a lo económico, por lo que no es difícil saber qué es lo que prefería.

2 comentarios:

  1. Pues efectivamente, si se llega a la conclusión de que la forma realmente efectiva de organización es a través de los partidos políticos éstos, por ley, debieran dotarse de un funcionamiento escrupulosamente democrático.

    Seguro que, entre otras lindezas, nos hubiesemos ahorrado ver a Camps proclamarse candidato.

    PD: en las relaciones sociales debería de primar el principio de win-win. El egoismo solo es bueno si es egoismo racional (que es lo que defendemos los capitalistas genuinos). Es irracional pensar que actuando excusivamente en tu propio beneficio pueda irte bien a medio plazo.

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  2. En mi opinión, habría que matizar muchas cosas para que este sistema bipartidista (o con pocos partidos de base amplia) con democracia interna fuese realmente democrático. Por ejemplo, sería absolutamente necesario eliminar la disciplina de voto pues, de otro modo poco importaría que el grupo estuviese compuesto por indios de distintas tribus.

    De la misma manera, las listas deberían ser abiertas ya que, quizá, el resultado de la democracia interna del partido no sea un reflejo del espectro social. De esta forma el ciudadano tendría la oportunidad de corregir el resultado del proceso interno.

    Pero un sistema así requiere de un mayor esfuerzo e implicación por parte del ciudadano, algo que en estos días de política enlatada y marketizada se compra antes un mensaje simple hasta el punto que esa riqueza de opiniones podría acabar siendo contraproducente. ¿Acaso no hemos llegado a este punto por pura selección natural hacia la opción más simple de entre todas las similares? ¿No es lo que propones, en cierta manera, lo mismo pero trasladando la responsabilidad de esa selección a cada uno de los partidos minoritarios a la hora de decidir con quien colaborar?

    No obstante, para que algo así funcionase, habría que empezar por tomar conciencia de que lo común no es algo que podamos externalizar mediante una adjudicación cuatrienal vía urnas. Pero también el político debería entender que no se trata de un juego en el que cada uno luche por su hueco sino que, efectivamente, debe aprender a ceder el paso al más capaz, a quien mejores planteamientos presenta haciendo primar las ideas sobre la oratoria.

    Sin embargo la cruda realidad es que la política hoy es marketing y ventas, aquí y en Tombuctú. Incluso en aquellas democracias que consultan a sus ciudadanos si mover el adoquín, los partidos son organizaciones profesionalizadas cuyo objetivo es ganar elecciones. Nuestros partidos son la cocacola y la pepsi y el consumidor vería poco profesional que en el seno de la cocacola company se debatiese abierta y públicamente si incluir o no la cherry en el catálogo.

    Estoy de acuerdo en que lo que propones sería mucho más saludable pero salir de este agujero no es, desde luego, sencillo. Superar el escollo de que los partidos minoritarios prefieran unirse al mas afín a sus ideas de entre los que tienen posibilidad de ganar sólo sería el principio. Quizá el asunto de las firmas ha sido un primer paso involuntario en esa dirección pero nos queda tanto por andar que en esta convocatoria creo que las triunfadoras van a ser las distintas formas de rechazo en forma de nulos, blancos o abstenciones. Un capón que quizá ayude a conseguir esas concentraciones de bases.

    p.d. Por cierto, un tema interesante en las elecciones del 20N es el efecto que pueda tener el hecho de que muchos minoritarios se hayan quedado sin papeleta. El movimiento de esos electorados es una incógnita.

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