"El Ejecutivo del Estado moderno no es más que un Comité que administra los negocios comunes de toda la burguesía" (K. Marx y F. Engels, Manifiesto del Partido Comunista).

martes, 11 de mayo de 2010

Citizen K. y las economías externas. Episodio 2

          Ayer, cuando Ciudadano K. salía de casa para ir al trabajo, en el ascensor un vecino, le dio la gran noticia: en los bajos del edificio van a instalar una churrería. “Esto no puede ser”, pensó. Imposible, una churrería genera humos y olores, que se escaparán por el patio donde tendemos la ropa, y, al final todos vamos a acabar oliendo a churro. Por la noche miró los estatutos de la Comunidad, pero no se podía hacer nada para impedirlo.

          Preguntó a sus compañeros de trabajo. Uno que había estudiado “tonting” en el IESE le dijo: esto es un caso de externalidad o de economía externa negativa, que se resuelve mediante el mercado.

          - “Por fin” dijó K. “dios acude en mi ayuda. ¿y como se resuelve?

           El listillo contestó:

          - "Primera idea, que el churrero compre todo el edificio o vosotros compréis el local”.

           - "Pues va a ser que no. ¿alguna otra idea?”.

          - “Sí. Hubo un tío muy listo, llamado Coase (es un economista de los nuestros), que construyó un sistema perfecto para estos casos, sin necesidad de recurrir al Estado. Todo depende de quién tenga el derecho inicial: como los vecinos tenéis el derecho a tener el edificio limpio de humos y olores, vais a ver al churrero y le preguntáis cuánto está dispuesto a pagar por que permitáis que os atufe con los churros: si os convence el dinero bien y si no pues no le dejáis poner el negocio”.
           No muy convencido K. Habló con los demás vecinos. Encontrar la cantidad de la compensación a pedir al churrero fue tarea imposible: unos se contentaban con cuatro duros, pero otros no querían, a ningún precio la churrería, especialmente la vecina del quinto, que trabaja de azafata en Iberia y no quería subirse al avión con el uniforme oliendo a churro, por la simple minucia de que la despedirían fulminantemente. Tras muchas discusiones, se acordó pedir una cantidad elevada, y exigir, además, una secadora para la vecinita problemática.
            K. se reunió con el churrero pero la reunión no duró ni veinte minutos.

          - "¿y dónde está escrito que vosotros tengáis derecho a un edificio sin olor a churro? Yo creo que es más bien al revés: esto es un país libre y cada uno puede hacer lo que le de la gana siempre que esté dentro de la ley. Que yo sepa hacer churros no está prohibido y si queréis que no los haga, o que haga pocos, ofrecedme una cantidad y ya hablaremos”.

         - "Nos veremos en los tribunales” dijo K.

          Y, efectivamente, todo llevaba camino de un largo, largo, largo, proceso judicial.

        Afortunadamente, esa noche, a K. se le apareció su ángel de la guarda, digo su economista salvador.

         - “Mira”, le dijo, “Lo de Coase y las demás soluciones de mercado, incluyendo creación y transferencia de derechos no funcionan con las externalidades (mira Kyoto). La solución es la intervención del Estado. Mañana, vete al Ayuntamiento e infórmate sobre la ordenanza de actividades molestas e insalubres”.

          Así lo hizo, y enseguida supo que para poner la churrería el empresario tenía que acondicionar el local, cumplir un horario, invertir en unas instalaciones de depuración de gases y olores, reciclar el aceite... y pagar una tasa por la actividad. Todo esto perfectamente regulado “por ley”, independientemente de lo que diga el mercado. Satisfecho con la respuesta, anotó todos los gastos en los que iba a tener que incurrir el churrero y, con una sonrisa en los labios, le pasó la minuta al churrero en cuánto lo vió.

         - “Esto es lo que te va a costar poner la churrería, amigo”, le dijo.

         - “Imposible, con todos estos gastos no me es rentable poner la churrería. Esto es un robo. Estos parásitos del Ayuntamiento siempre con cargas e impuestos para gastarlos en sueldos de funcionarios y cuchipandas. No hay derecho”.

         K. Sonrió por lo bajo. Cuántas veces había soltado él también esa retahíla de improperios contra lo público, y ahora veía lo bien que le venía para no tener lleno de estómago el resto de su vida. ¡Ver para creer!

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